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En términos generales, un antibiótico es un medicamento que se utiliza para tratar una infección bacteriana, y que por su efecto, mata o impide el crecimiento de ciertas clases de bacterias, pero que normalmente es inofensivo para el huésped (aunque ocasionalmente puede producirse una reacción adversa a medicamento o puede afectar a la flora bacteriana normal del organismo). El término fue utilizado por primera vez para describir solamente las formulaciones antibacterianas derivadas de los organismos vivos, pero en la actualidad está siendo usada para referirse a los antimicrobianos sintéticos como las quinolonas, sulfamidas y otros. En términos estrictos, un antibiótico es una sustancia secretada por un microorganismo, que tiene la capacidad de afectar a otros microorganismos como bacterias y hongos. De ahí que los antibióticos no sean efectivos en las enfermedades víricas. El primer antibiótico descubierto fue la penicilina, por Alexander Fleming (1881-1955). El tratamiento con antibióticos sólo puede indicarlo el médico u odontólogo.
Los antibióticos son medicamentos de gran valor. Su descubrimiento, uno de los mayores éxitos de la medicina, ha salvado muchas vidas, pero su efecto puede verse reducido si se toman de forma incorrecta. No todas las infecciones necesitan tratamiento antibiótico. Los resfriados, los catarros y las gripes son causados por virus; pueden producir fiebre elevada, especialmente en los niños, y NO mejoran ni se evita su contagio con la administración de antibióticos. Los antibióticos son totalmente ineficaces para tratar las infecciones por estos virus.
Tomar antibióticos cuando no se necesitan hace que las bacterias se hagan resistentes a ellos, es decir, que cuando se adquiera una infección por una bacteria, el antibiótico ya no tendrá efecto sobre ella y, por tanto, NO se curará la infección. Las bacterias pueden transmitirse de unas personas a otras y como consecuencia, el uso irresponsable de antibióticos puede aumentar el número y la gravedad de las infecciones, que pueden ser muy difíciles de tratar. Cuando el médico u odontólogo te indique un antibiótico, debes seguir todas sus instrucciones en cuanto a la dosis que debes tomar y la duración del tratamiento. Respeta las horas entre las dosis que el médico u odontólogo te haya recomendado. Por eso, piensa en el horario más adecuado para que sea más fácil cumplir el tratamiento. Así, si te prescriben una dosis cada 8 horas, comienza a las 8 de la mañana, toma la siguiente dosis a las 4 de la tarde y la última a las 12 de la noche. Si el antibiótico recomendado sólo necesita una dosis al día, tómalo siempre a la misma hora.
Es fundamental cumplir el tratamiento indicado. No dejes de tomar el antibiótico que te haya recomendado el médico u odontólogo, y hazte responsable de que tu hijo/a lo tome, aunque desaparezcan los síntomas de la enfermedad (tos, fiebre, etc.). Las resistencias de las bacterias a los antibióticos aumentan cuando éstos se toman a dosis incorrectas o de forma irregular. No contribuyan a disminuir la eficacia de los antibióticos.
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