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El Parkinson es un trastorno del sistema nervioso central caracterizado por la degeneración de un tipo de células que se encuentran en una región del cerebro denominada "ganglios basales", y especialmente en una parte del tronco del encéfalo llamada sustancia negra. Estas células fabrican una sustancia denominada dopamina, responsable de transmitir la información necesaria para el correcto control de los movimientos. Cuando hay una marcada reducción del nivel de dopamina, las estructuras que reciben esta sustancia (receptores dopaminégicos) localizadas en una región del cerebro, denominada "cuerpo estriado", no son estimuladas de manera conveniente y esto se traduce en temblor, rigidez, lentitud de movimientos e inestabilidad postural, entre otros síntomas. El Parkinson es una enfermedad crónica y afecta de diferente manera a las personas que la padecen. La evolución puede ser muy lenta en algunos pacientes y en otos puede evolucionar más rápidamente. No es una enfermedad fatal, lo que significa que el afectado no va a fallecer a causa del Parkinson.
No se sabe a ciencia cierta aún, pero se sospecha una diversidad de factores etiológicos, que unas veces provocarían el Parkinson en unos pacientes por unas causas, y otras veces provocarían la enfermedad en otros pacientes por otras causas.
Además pueden presentarse una serie de síntomas secundarios como estreñimiento, trastornos del sueño, dolores musculares, falta de control de la orina, problemas sexuales, depresión y exceso de sudoración, entre otros.
Al principio de la enfermedad no es nada fácil de diagnosticar porque los síntomas son leves, poco específicos y pueden llevar a confusión. La primera fase del Parkinson no suele presentar todos los síntomas corrientes y típicos, por ejemplo el temblor y la rigidez. A menudo el inicio de la enfermedad se manifiesta como:
Generalmente, el paciente visita a diferentes especialistas y no mejoran sus problemas, por lo que se descartan las enfermedades "comunes" (reuma, circulatorio, estrés, etc.) y se piensa ya en los trastornos menos "conocidos" (neurológicos). Se suelen hacer pruebas altamente tecnificadas (RMN, TAC, SPECT, PET, etc.) y no suelen aparecer signos anormales (se descartan procesos tumorales cerebrales, micro-derrames o trambosis, etc.) El médico llegará a la conclusión de la existencia de un Parkinson sobre todo basándose en los signos clínicos externos (las "quejas" del paciente y la exploración directa) que presenta el enfermo. Se confirmará este diagnóstico por la respuesta del paciente a la medicación con L-Dopa, y a la posterior evolución del cuadro clínico hacia una forma de un Parkinson típico.
Afecta prácticamente por igual a hombres que a mujeres. Existe en todas las razas y todos los continentes, con ligeras variaciones. En España se calcula que puede haber cerca de 100.000 personas afectadas por Parkinson. Cada año, surgen aproximadamente 20 nuevos casos de enfermos de Parkinson de cada 100.000 habitantes. A partir de los 65 años de edad, el número de afectados aumenta de tal manera que alcanza el 2%, es decir, que en un grupo de 100 personas mayores de 65 años dos de ellas padecerán Parkinson.
Se cree popularmente que es sólo una enfermedad "de viejos", pero es parcialmente incorrecto. Un 20% de los enfermos de Parkinson son menores de 50 años. Existe incluso un "Parkinson juvenil", que afecta a menores de 15 años, aunque es ciertamente raro. Pero sí es verdadero que la probabilidad de padecer Parkinson aumenta con la edad, sobre todo a partir de los 60-65 años.
La velocidad de progresión de la enfermedad es muy variable según qué pacientes. Aunque el Parkinson es un mal progresivo, esto es que no tiene cura sino que siempre va a ir avanzando con el paso del tiempo, con la medicación antiparkinsoniana adecuada a cada caso y las terapias de rehabilitación complementarias, se puede frenar el ritmo de avance (velocidad) y la intensidad (molestia) de los síntomas razonablemente. La calidad de vida cotidiana puede ser satisfactoria durante muchos años. En general, las formas rígido-acinéticas son más molestas y menos controlables que las formas temblorosas del Parkinson.
Hohen y Yhar establecieron los 5 niveles ("Estadíos") clásicos de la Enfermedad de Parkinson. Hay que hacer hincapié de nuevo en que ni mucho menos todos los pacientes que la sufren van a evolucionar hasta los últimos niveles:
Solamente el 15% de los enfermos de Parkinson llega a padecer un grado de deterioro motor tan grave que necesite ayuda constante para hacer cualquier actividad, dependa de otras personas y se pase la mayor parte del tiempo en una silla o en la cama, sin poder moverse en absoluto por sí mismo. Si la cifra le parece muy alta y le atemoriza, déle la vuelta: el 85% de los pacientes de Parkinson no terminarán en silla de ruedas. ¿A que ahora no es realmente alta?. No entre en pánico innecesariamente.
No. Hoy día nadie "se muere de Parkinson". La esperanza de vida de un E.P. es prácticamente igual que la de la media nacional. Lo que sí debe hacer el paciente de Parkinson es cuidarse más por los problemas secundarios que le puede traer indirectamente el Parkinson: tener mucho cuidado con el riesgo de tropezar y de caídas peligrosas (por los trastornos del equilibrio); protegerse bien de infecciones respiratorias (ventilan mal) y de orina (miccionan mal); cuidar la deshidratación (por la mucha sudoración y mucha orina); cuidar una nutrición adecuada (no sólo consumir lo "fácil de tragar").
Hoy por hoy no se conoce una alimentación, estilo de vida o ejercicios que puedan proteger de padecer Parkinson. Se está investigando hoy día sobre si algún medicamento (como la Selegilina = Plurimen) funciona como protector neurológico frente al Parkinson, pero los datos aún no son seguros. Los antioxidantes y la vitaminoterapia no han dado resultados positivos.
Por desgracia no hay cura definitiva para el Parkinson. Por ello se dice que es una enfermedad crónica, progresiva e incurable. Pero hoy día hay diferentes recursos médicos y no médicos para paliar los síntomas, ralentizar la evolución de la enfermedad, y mejorar eficazmente la calidad de vida de los enfermos.
Sí, es bastante frecuente, y es el trastorno psicológico más citado en los pacientes con Parkinson. En un 40% de los casos se diagnostica junto al Parkinson, y a lo largo del curso de la enfermedad llegará a padecerla un 80% de los enfermos. Las causas que originan la depresión son variadas: la propia enfermedad neurodegenerativa (alteración de neurotransmisores), mala aceptación psicológica de una enfermedad crónica e incurable (desesperanza, pesimismo, miedo a morir); y otras veces surge como efecto secundario de la propia medicación antiparkinsoniana. Hoy día su médico dispone de fármacos muy seguros y eficaces para combatir la depresión. Asimismo, el apoyo de un psicólogo especializado le ayudará a superar este problema emocional.
La angustia, la ansiedad y los ataques de pánico son menos frecuentes que la depresión en el Parkinson. Estos incluyen síntomas tales como inquietud, nerviosismo, temerosidad, preocupaciones excesivas, irritabilidad y agresividad, sensibilidad emocional incrementada, altibajos afectivos, somatizaciones (taquicardias, disnea respiratoria, pinchazos en el pecho, insomnio, etc.). Medicamentos tales como ansiolíticos y técnicas psicológicas de relajación y control emocional ayudarán al enfermo de Parkinson en un corto plazo. La hipocondría es la creencia en que el paciente va a morir pronto, la atención continua a síntomas físicos, el temor a estar padeciendo otras enfermedades graves (ataques cardiacos, tumores...), entre otros estados. Aunque es difícil de tratar, un psicoterapeuta experimentado le puede ser útil para controlar estos molestos estados. Aislamiento social y problemas de pareja (incluidos sexuales). Alucinaciones (ver cosas que existen). Delirios paranoides (ideas extrañas). Confusión, Síntomas Psicóticos. No los produce la enfermedad de Parkinson en sí misma, los suele generar un exceso de medicación como efecto secundario indeseable. Consulte rápidamente a su neurólogo y mejorarán los síntomas al bajar las dosis de fármacos antiparkinsonianos, o también puede darle una medicación antipsicótica adecuada (tipo Clozapina).
El Parkinson no es igual a la Enfermedad de Alzheimer. No están alterados los mismos neurotransmisores ni las mismas áreas cerebrales. No debe preocuparse por ello. No va a perder el juicio ni el sentido común, ni se va a quedar sin memoria, tampoco va a olvidar el leer o entender lo que le dicen, ni va a perder inteligencia de modo que no pueda reconocer a sus seres queridos o saber qué día es hoy. Sólo una pequeña minoría de pacientes con Parkinson muy avanzado o con algún tipo de "parkinsonismo" van a llegar a desarrollar estos síntomas de deterioro mental que se llama "Demencia". Para entendernos, el Parkinson afecta a las funciones motoras (movimientos), mientras que el Alzheimer afecta a las funciones cognitivas (mentales). Ahora bien, bastantes enfermos de Parkinson sí pueden notar un enlentecimiento general de su psiquismo (bradifrenia), como una pérdida de velocidad de respuesta a los estímulos.
Son enfermedades parecidas a la enfermedad de Parkinson típica, pero que se diferencian en algunos síntomas y en su evolución. Se suelen llamar también Parkinson-Plus, o Enfermedades Multisistémicas Parkinsonianas (por ejemplo: Degeneración Nigro-estriada, Parálisis Supranuclear Progresiva, Atrofia Olivo-ponto-cerebelosa, Enfermedad de cuerpos de Lewy difusa, etc.) Hoy día se tratan con la misma medicación y rehabilitación que la enfermedad de Parkinson típica (también se llama "idiopática").
De forma muy genérica, se pueden apuntar las siguientes características propias de los parkinsonismos:
No. Su descubridor, el doctor inglés James Parkinson, describió ya en 1817 magistralmente la enfermedad, exactamente con los mismos signos que observamos hoy día. La llamó "Parálisis agitante", poniendo de relieve los dos "componentes" de la enfermedad, esto es la rigidez (parálisis) y el temblor (agitación).
Las enfermedades del sistema nervioso (Parkinson, Alzheimer, Epilepsia, etc.) son frecuentes, cada vez sabemos más de ellas, pero aún queda mucho por descubrir. Pueden afectarnos a cualquiera de nosotros, a nuestros seres más queridos, a nuestros amigos. La búsqueda de soluciones requiere el esfuerzo de todos, no sólo de los investigadores que trabajan, día tras día, para mejorar la calidad de vida de las personas aquejadas por la enfermedad, sino también y sobre todo, el de cada uno de nosotros. ¿En qué forma podemos colaborar en tan valiosa tarea? La respuesta es muy sencilla: con generosidad, siendo útiles a los demás cuando, tras nuestro paso por la vida, creemos que ya no podemos serlo... CEDIENDO NUESTRO CEREBRO PARA LA INVESTIGACIÓN. Jóvenes o adultos, niños o ancianos, sanos o enfermos, todos sin excepción, llevamos con nosotros la llave que abre las puertas a un futuro en el que la ciencia será capaz de acabar con las enfermedades neurológicas. Nuestra aportación es imprescindible para alcanzarlo cuando antes. No requiere esfuerzo o sacrificio alguno, simplemente solidaridad. Infórmate en el Banco de Tejidos para Investigación Neurológica llamando a los teléfonos 91-3941326; Tfno. 24 horas: 608-482-664. Fax: 91-3941329.
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